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TELEBASURA TOCA A LA PUERTA

TELEBASURA TOCA A LA PUERTA La risa escandalosa de Omar trascendía el umbral de su apretado “apartamento”, ubicado en una conocida y transitada calle de la Habana Vieja. A pesar del reducido e incómodo espacio, junto a mi amigo, otras personas disfrutaban de un programa televisivo que, a ojos vista, nada tenía que ver con los transmitidos por nuestros habituales canales.
La presencia de tantos anonadados espectadores provocó en mi una sensación de timidez que trasmití a través del desapercibido toque a la puerta, abierta de par en par.
La risa sarcástica de la “estelar” presentadora y el “atontamiento” de los espectadores me convirtieron en un ser invisible hasta para Omar, a quien había anunciado mi visita.
A modo de introducción hago este relato que nada tiene que ver con la ficción. Este hecho es una realidad que a diario se repite en unos cuantos hogares habaneros, fundamentalmente, por las “posibilidades” de la televisión por cable que le permite al televidente disfrutar en tiempo real de canales extranjeros, sobre todo los que se ven en Miami. Claro!. No descarto la situación en otros lugares del país pues el “mercado de la parabólica” es de alcance nacional.
Los títulos de los programas?; pudieran ser: Caso cerrado, El Show de Cristina … u otros que no vale la pena recordar. El ilegal uso de antenas parabólicas o los ya omnipresentes equipos de DVD facilitan la difusión en Cuba de programas de cuestionable factura que no dejan de atrapar a un número nada despreciable de personas.
Por, supuesto, mi intención no es, precisamente, cuestionar la factura de esos programas que no son producidos en nuestra isla. Mis ideas apuntan hacia las causas que han provocado esta situación.
Ahora, se me antoja pensar: ¿Qué oferta la televisión cubana?, ¿Responden sus programas a las expectativas de los televidentes?; hacia estas dos preguntas y otras tantas se dirige mi análisis.
En el mundo, la competencia entre los canales por captar audiencia es cada vez más dura, lo que obliga a adaptar los contenidos al gusto del telespectador. Se ha generalizado que las empresas televisivas empleen concursos, por ejemplo, que no sólo "entretienen" sino que, sutilmente motivan a buscar diversas formas de conseguir dinero fácil, donde se "luche" hasta el final para alcanzar "el mejor motín", aunque tengamos que "hundir" o hacer "desaparecer "a los demás.
La tendencia a espectacularizarlo todo se convierte en una especie de sentido común, en un patrón de conducta cada vez más generalizado a todas las sociedades.
¿Escapa Cuba a esta realidad?; por supuesto que no. Se me hace imprescindible citar las opiniones de Eliades Acosta : “Por debajo y a la sombra de la Cuba patriota, redentora, revolucionaria, rebelde, igualitaria, justiciera, solidaria, intolerante con las exclusiones y las marginaciones de cualquier signo, soñadora y culta, nos ha crecido una Anti-Cuba indeseable, parasitaria, ignorante, mediocre, derrotista, sumisa al extranjero, mercantilizada, consumista y despolitizada, apátrida y claudicante, cortejada y cortejante de una hipotética restauración capitalista en el país. Es la que soborna y es sobornada; la que se abraza, no a la bandera, sino a la antena parabólica ilegal que le permite recibir con júbilo una alfabetización capitalista abreviada mediante ¨El Show de Cristina¨” .
Sugiere, entonces, garantizar un amplio debate para actualizar y repensar los límites culturales de nuestra sociedad. Los tiempos han cambiado y con ellos también los hombres quienes no estamos ajenos a los diversos procesos políticos y sociales que se generan en el orbe, los cuales no pretendo analizar pues la cita anterior es un reflejo de la sociedad cubana actual a la cual considero en estos momentos diversa.
Cultura, recordaba Helmo Hernández, “es el imprescindible diálogo que establece una sociedad con sus límites” . Es tan nociva una sociedad con límites estrechos y asfixiantes, como aquella donde reine la anarquía social, la inobservancia de las más elementales leyes de la convivencia humana y la falta de jerarquías culturales y espirituales.
¿Qué ha pasado en Cuba?, los sociólogos se encargan de investigarlo. Yo me limitaré solo a dar mi punto de vista sobre lo que, pienso, sucede entre espectadores y televisión cubana.


La década de los 40 y 50 del pasado siglo fueron testigos de la consolidación y expansión de la televisión en el mundo. En ese contexto se inaugura oficialmente en Cuba, el 24 de octubre de 1950, con la salida al aire del Canal 4. Cinco meses después, el 11 de marzo, nace el Canal 6 de CMQ televisión.
Con una producción eminentemente comercial incorporó en sus trasmisiones obras seriadas, realizadas en vivo, por supuesto, que contaron con actrices y actores de primer orden en el teatro.
A solo nueve años de su fundación otra manera de hacer se impuso para la pequeña pantalla en el archipiélago cubano, el triunfo de la revolución el primero de enero de 1959 provocó el cambio.
Esa pequeña caja que desde sus inicios no llegaba a toda la población comenzó a abrir espacios para el teatro, el cuento, los musicales, las aventuras pero también a informar sobre las transformaciones que se generaban en la isla.
La televisión cubana tiene una larga e interesante historia pero en el afán de destruir lo obsoleto e inservible para construir lo nuevo y perdurable, como en todo proceso de este tipo, hubo grandes aciertos y también errores.
Durante estos más de 50 años ha enfrentado numerosos procesos no ajenos a carencias y problemas, internos y externos, que han incidido en la calidad de su programación.
Los esfuerzos e intentos por desarrollar el medio han sido incuestionables. El actual siglo trajo consigo otros canales para los cubanos donde aparecen nuevas estéticas aparejadas con los lenguajes de la época. Ya casi nadie recuerda los canales 2 y 6 donde, durante varias horas, el patrón de pruebas era la única señal que indicaba que en casa había televisión.
La pequeña pantalla (bueno comparada con la del cine porque ya existen cada ejemplares!) se expande por la mayoría de los hogares cubanos y del mundo a pesar de la aparición de nuevas tecnologías que hacen cuestionar su perdurabilidad. Su presencia ha revolucionado todos los ámbitos de la vida humana y, en particular, el de la familia porque despierta pasiones y análisis.
Amén a las voluntades y al probado talento artístico e intelectual, las carencias apuntan como espada de Damocles en la realidad de la televisión cubana donde, si bien nos han mantenido al tanto de realidades y hechos sin precedentes, tampoco han estado al margen los panfletos y malas facturas que para nada obedecen a imperativos espirituales.
A diferencia del mundo capitalista, en Cuba los minutos de transmisión no representan dinero para grandes consorcios. La política de nuestro país, representada en este caso por el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) se dirige a inculcar en la teleaudiencia gustos que anuden el entretenimiento y la cultura bajo preceptos educativos.
Pero… ¿Siempre se logra?. La respuesta es evidente luego de cada día de transmisión: No.
Nuestros espacios no han escapado a frivolidades materializadas a través de los comunicadores, la música o el tema que se difunde. El análisis ha estado ausente en muchos espacios supuestamente diseñados para la opinión donde en varios de los casos no existe contrapartida.
Los mismos noticieros han llegado a perder credibilidad por la presencia constante de triunfalismos y cumplimientos de planes de producción que para nada solucionan nuestras carencias, además de los teques y medias tintas. A ellos se une la poca presencia de un espacio de crítica a situaciones internas que afectan y han afectado durante años al país.
Y si de humorísticos hablamos no podemos dejar de cuestionar supuestos guiones que han convertido al programa en un total fracaso. Ejemplos muy recientes aseveran mi afirmación. ¿Nada sugieren títulos como “Vivir del cuento” y “Donde hay hombres no hay fantasmas”?.
Claro, en medio de esos avatares el público se hace más exigente. A veces olvidamos que la televisión es tan diversa como tantos canales y programas tiene, y a la vez todos ellos son un reflejo de nosotros: superficiales, cursis, profundos, investigativos, simpáticos, egoístas, tristes, anecdóticos, aburridos, pesimistas, entretenidos, parciales, equilibrados...
Las propias carencias económicas han motivado que se difundan en nuestra isla programas enlatados procedentes de otros países que, en algunos casos se alejan del ideal cultural pretendido. En este grupo incluyo las películas del sábado con sus consabidos héroes y antihéroes, los seriales y dramatizados donde priman estilos y modos de vida que nada tienen que ver con los nuestros.
Los especialistas plantean que para que siempre haya una novela cubana en el aire tienen que estar, al menos, otras dos en producción. Igual sucede con las aventuras o los policíacos, pero sin transporte, cámaras, luces, sonido… es imposible que esto ocurra.
Mecanismos burocráticos y estructuras entorpecedoras también han estado presentes a la hora de producir audiovisuales para la televisión. A ello agrego que la aplicación de “políticas” diseñadas desde el “organismo superior” no han sido muchas veces acertadas y certeras, Además ha estado ausente el diálogo entre realizadores, artistas, directores, especialistas, directivos y cuantas personas intervienen en el proceso creativo.
Las condiciones económicas del país han traído consigo la “necesidad” de repetir novelas y aventuras (algunas no de las más gustadas y tampoco las más propicias para el contexto) lo cual ha provocado un desapego por la programación que difunde la TV cubana.
Coincido con quienes subrayan que ante las evidentes escaseces de recursos, tras la insuficiente diversificación de la programación y sus géneros, en ocasiones, se esconden al unísono la falta de iniciativa, un insuficiente espíritu de trabajo y también, de talento. Asimismo hemos coexistido con productos nacionales muy mal concebidos cuyo éxito no requiere de grandes recursos solo de deseos e inteligencia. Muchos teleplays producidos aquí han demostrado el precepto de hacer mucho con poco (sin ánimos de repetir consignas).
Aunque mi experiencia como televidente “consciente” se remonta a los 80 del pasado siglo, puedo citar buenos programas (así le llamamos los cubanos) con sello nacional. Ejemplos de novelas por mucho tiempo fueron los espacios Horizontes (ahora agolpa mi mente El viejo Espigón) y muchas Aventuras cuyos protagonistas fueron nuestros compatriotas y a las cuales en nuestra niñez hacíamos gala de aceptación a través de representaciones callejeras. Así recuerdo al Capitán tormenta, Los tres Mosqueteros y otras series que muchas veces eran versiones de libros famosos del género.
Tal vez, el público cubano se ha quedado esperando por el trasfondo de las cosas, esas que se descubren a través de la poética del artista pero que reflejan la realidad con la cual despertamos cada día. Y no es que han faltado las temáticas relacionadas con nuestro entorno; la tan criticada novela Diana tuvo sus pretensiones al respecto aunque los recursos artísticos empleados no cumplieron sus presupuestos. No es menos cierto, además, que los cubanos y cubanas no dejamos de suspirar, llorar, añorar… ante los culebrones extranjeros que nos llegan de manera semanal, en no menos de tres frecuencias y que ya se han convertido en paradigmas.
A esta problemática uno la evidente influencia de las culturas neoliberales, las cuales acercamos en el intento de desecharlas como malas influencias. ¿Qué jóvenes se representan en muchos de los video clips que promueve el programa Piso 6?, ¿Están al alcance de nuestros estudiantes y jóvenes trabajadores esas modas y estilos que tanto aparecen remarcadas en los musicales del jit parade?.
Opino, además que la programación amerita un análisis multidisciplinario sobre bases científicas, para que intente satisfacer a la mayor cantidad de públicos posibles. En Cuba, no creo que se aprovechen en toda su dimensión los estudios del Centro de Investigaciones Sociales del ICRT y de otras instituciones que pueden ofrecer datos válidos y necesarios.
También, como televidentes o públicos debemos saber aprovechar la posibilidad de contar con los canales educativos que ofrecen en sus parrillas buenas propuestas. En ellos tenemos la oportunidad de disfrutar de documentales y espacios interesantes, muchos de los cuales, incluso, provienen de otros países. La ciencia contra el crimen, Pasaje a lo desconocido son algunos de los títulos sugerentes que nada tienen que ver con esos realities Shows donde son atacados la dignidad del ser humano, resalta la banalidad y el mercantilismo a ultranza y con otros espacios permeados de propaganda comercial donde emplean, sin dudas aprovechables fórmulas comunicativas que saben atrapar a los espectadores.
En algo fatal se convierte el bombardeo esquemático de la crítica a productos capitalistas por el mero hecho de su origen o pensamientos que promueven. Por qué no retomar las ideas inteligentes y positivas con las cuales fueron gestados?; Que conste no me refiero a la copia fiel del original en cuyas redes muchas veces caemos. El programa A romper el coco (transmitido hace unj tiempo por Cubavisión los domingos en la noche) me lleva a uno de esos momentos en los que caímos en el jamo.
Retomo como ejemplos positivos algunas ofertas de la televisión cubana, fundamentalmente de los canales educativos: Letra fílmica, Acento Común, Espectador crítico, por solo mencionar espacios que promueven la filmografía internacional.
La Televisión concentra en el mundo multimillonarias inversiones de capital, la atención de la opinión pública, los desvelos de estudiosos y especialistas y es el principal eslabón de la cultura de masas, una de las más significativas formadoras y difusoras de opinión, instrumento propagandístico por excelencia.
No en vano, los grandes consorcios aprovechan sus posibilidades de promover productos y servicios. Para ellos la manera más fácil de mantener altos los índices de audiencia es ofrecer productos audiovisuales de espectacular factura, aderezados con dosis variables de sensacionalismo y frivolidad que manipulen la sensibilidad y el gusto del espectador.
Los cubanos y cubanas ya formamos parte de su mercado, aunque no de manera directa, a través de la ilegal parabólica de Galiano donde vive mi amigo Omar, o las que están ubicadas en otros puntos de nuestra geografía, o, simplemente, desde ese sofisticado equipo llamado DVD.
Pero el sentido del espectáculo, la calidad formal, el dinamismo y la variedad de ofertas no están reñidos con el valor cultural de una propuesta televisiva. Ese es el gran reto.
Desde la pantalla es posible influir en hábitos y estilos de vida; por eso, si se asumen los riesgos con honestidad intelectual el público será capaz de aceptar, comprender, e incluso amar, nuestra obra, unas veces ilustre y otras imperfecta, como un compromiso a seguir andando por los espinosos senderos del altruismo, el compromiso con la verdad y con la espiritualidad.
Es la propia Televisión Cubana la encargada de cambiar el cliché y atrapar a su audiencia.

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